Naval Gijón.Memoría Social

 

















Cuando digo que hay que llevar siempre un trípode será por algo, si yo hubiera llevado el correspondiente trípode el cosido de este estupendo mural hubiera quedado de maravilla.

La metodología para que este mural salga perfecto es la siguiente: Trípode, tiza blanca y dos chinos mal encarados y de lo mas esbeltos que podamos encontrar.

Paso primero, nos acercamos al borde de la acera de enfrente a donde está el mural, vamos haciendo los correspondientes encuadres y marcamos con tiza en el suelo donde vamos poniendo el trípode.

Paso segundo, los chinos altos y mal encarados vestidos con chalecos fluorescentes cortan el trafico en ambos sentidos, en la mano un cartel también fluorescente donde se pueda leer lo siguiente: "Disculpen las molestias estamos mejorando su ciudad". Focal recomendada 50mm, mas vale que sobre que nos falte.

Paso tercero, creo que si no recuerdo mal son algo así como unas ocho tomas, bien pues ahora que ya las tenemos nos vamos al laboratorio digital y se lo damos a currar a Fhotoshop, opción Fhotmerge... e voilá.


Este mural lo encontráis en el alto del Natahoyo, al lado de la sidrería Pancho. claro en Gijón Asturias

El natahoyo

Adiós a un directivo clave en la reindustrialización asturiana 

Recuerdos de El Natahoyo, un barrio diverso, singular, único

         
José Luis Álvarez Margaride, de traje oscuro, con sus vecinos de El Natahoyo.
José Luis Álvarez Margaride, de traje oscuro, con sus vecinos de El Natahoyo. marcos león

Con el fallecimiento de José Luis Álvarez Margaride Gijón pierde a uno de sus insignes vecinos, al que precisamente los Amigos del Natahoyo dedicaron un homenaje el pasado octubre. El de sus amigos y convecinos fue el último reconocimiento público del que disfrutó Álvarez Margaride. A continuación se reproduce buena parte del emocionado discurso, plagado de anécdotas, pronunciado por el empresario, que tendrá una calle en Gijón por decisión del Gobierno municipal.

JOSÉ LUIS
ÁLVAREZ MARGARIDE
Quiero que mis primeras palabras sea de agradecimientos a la comisión de Amigos del Natahoyo que ha tenido la generosidad de organizar este acto en el que me veo convertido en protagonista inmerecido. Gracias también a todos vosotros pro vuestra asistencia.

Voy a reunir algunos de mis recuerdos del barrio, del barrio de Natahoyo, con los de parte de mi vida vinculada al mismo, especialmente en la década de los años 40 hasta casi finales de los 50. (...) Partiendo de aquí he tenido la inmensa suerte de recorrer mundo con responsabilidades empresariales. Son estos recuerdos para un día tan especial como este almuerzo que organizáis los Amigos de Natahoyo, a quienes animo a perseverar para que sigan fomentando estos encuentros en los que se cultiva un bien tan preciado, como es la amistad.

Bien ¿Y qué es el barrio? ¿Mejor dicho, qué era el barrio? Estoy seguro que muchos de nosotros daríamos definiciones bastante distintas y todas reales. Dependería simplemente de las fechas y de las circunstancias que nos haya correspondido vivir. Así que, de una manera un tanto deslavazada, me limitaré a recordar lugares y personajes que surgen de mis recuerdos personales referidos a un lugar entrañable donde han transcurrido años fundamentales como los de la niñez y adolescencia.

Entre mis primeros recuerdos se haya el aprovisionamiento de cosas necesarias para nuestra subsistencia en años de posguerra. El agua: recuerdo aquella fuente pública que estaba junta al Cine y las grandes colas que se formaban para llevarla a las casas por los costes que se producían en un suministro vital. Y el pan: en la panadería de Lola (Los panchoneros). El insuperable olor de un pan recién horneado. Con la parte negativa del olor que aportaba el engrudo para pegar los cupones en las cartillas de racionamiento. Lo mismo podemos decir del carbón cuyas colas «regulaban» policías municipales en bicicleta denominados «Los Tres Cerditos».

El tranvía, conducido por Luis, una especie de Gary Cooper conductor que se permitía bajar la cuesta de Santaolaya a una velocidad «supersónica», pero que en realidad nunca superaría los 25/30 kilómetros por hora. Los clavos que le poníamos en la vía se encargaban de proporcionar música a su desenfreno.

Los carros de fruta de Candamo que, pasando por delante de nuestras casas en dirección a la Plaza del Sur, dejaban flotando en el ambiente un perfume de fresas, cerezas, claudias, peras, etc., que estimulaban los deseos de posesión de los amigos de la «fruta ajena». Y qué decir de los camiones cargados de carbón que, al aminorar su velocidad al subir Santaolaya, iban perdiendo parte de la carga en beneficio de los intrépidos que asaltaban su caja.

La Fabriquina «La Gloria» ¿quién no la recuerda con añoranza? Especialmente aquellas tardes de verano cuando en su muro se congregaban 20 o 30 pescadores dispuestos a llenar sus cestas con «chopes» y «muiles» principalmente. Eso sí, los pescadores de élite (Chopes) a la izquierda, y los de muiles a la derecha. En este caso porque allí desembocaban la tuberías de «La Gloria» que atraían sobremanera a esta clase de peces. Yo los recuerdo avanzando con la marea, con apenas dos dedos de agua y casi deslizándose por lo seco, mientras que los pescadores comenzaban a lanzar las cañas con la pretensión de ser alguno de los primeros en robar un muil. Los de «les chopes», más pacientes, algunos con carretes, esperaban a la media marea, con un buen cebo de quisquilla, a comenzar su pesca algo más científica.

¡Olores! ¡Brisa! Y al fondo un pedrero que seguramente reunía casi todas las especies más codiciadas del Cantábrico (xivies, pulpos, andariques, centollos, quisquillas y un largo etcétera...). Monte Coroña, Mar de Basa, lugares siempre recordados en los numerosos encuentros que he mantenido con Aurelio Menéndez, Pedro Sabando y, en los últimos años, Luis Figaredo, con nuestras nostalgias asturianas, gijonesa, natahoyenses, como fondo. Paisajes, lugares hoy desaparecidos, pero muy vivos en nuestros recuerdos.

¿Y los personajes? «El Bibi», «El Chapole», «El Chocolate», «El Chinín» (aquí presente), Alberto «El Apadatu» (gran jugador de fútbol), El «fíu» de Moreno montando en bonito caballo blanco galopando ¡cómo no! cuesta Santaolaya arriba y produciendo admiración entre los chavales. Cuesta por la que también desfilaba el «Cristo del Gran Poder» o «el Chato de la Constructora». ¿Y qué decir de Marieta, nuestro payaso del barrio? Una voz horrible pero simpática nos cantaba aquello de: «Marieta, Marieta se baila así. / Marieta, Marieta se baila así con ligereza, / Marieta, Marieta se baila así con frenesí». Y pegando un salto sobre sí mismo, concluía con un rotundo: «Marieta».

Más arriba, en Santaolaya (hoy también Natahoyo), otros personajes como «Pititi» (gran nadador), Afelio (enorme cantante), «El Gato» (con él comenzó el submarinismo), José Luis Fueyo «El Coyote» (gran persona) y tantos otros que harían interminable esta lista, llamaban nuestra atención.

Más hacia Gijón -más hacia el Este- el Padre Máximo, Hogar de San José, «les calles», el «Lavadero» y las instalaciones Revillagigedo de las que han salido tan extraordinarios profesionales de nuestra cultura industrial a muchos de los cuales he tenido como impagables colaboradores. Y qué decir del Padre Montero, en ejercicio permanente como sacerdote y médico, llegando hasta intervenciones quirúrgicas, de una de las cuales fui beneficiario directo.

Todo ello configurando un barrio industrial único, como lo demuestran la cantidad y diversificación de las empresas instaladas en el mismo en una época no tan lejana. Y si no, ahí están para demostrarlo: Fábrica de Moreda (casa nada, 3.500 trabajadores); Astilleros Duro Felguera (El Dique); Astilleros Riera; Astilleros Juliana; Industrial Alonso; Maderas Gavela; Aceitera; Fábrica de Cerveza; La Fabriquina; Avello; Larrea; T. Mecánicos Plaza; Maderas Lantero; Artes Gráficas; Constantino García; Fundición Schulz; Fundición La Nueva; Estación del Norte (hoy museo del ferrocarril); Matadero municipal; Betunes El Gallo. Y por su singularidad y por su internacionalización (tan de moda en estos tiempos): Esmena.

Y así un natahoyense, que salió muy pronto del barrio, pero que siempre lo ha llevado en su corazón, está hoy aquí con estos recuerdos disfrutando de vuestra generosidad, disfrutando de vuestra compañía y pensando que bien merece pasearse por el mundo si uno tiene bien claro dónde están sus raíces, dónde están sus efectos y dónde está el final de esta hoja de ruta que no todos tienen la suerte de alcanzar. Así que, por poder hacerlo, me siento inmensamente afortunado. Me vais a permitir que brevemente eche un vistazo a mi particular hoja de ruta para asombrarme de algunos acontecimientos que se han desarrollado a lo largo de ¡ocho décadas! Produce perplejidad ver la rapidez con que pasa todo.

-Años 30: Apenas el tiempo suficiente para nacer y ser bautizado en ambiente bélico. Parroquia de San José. Tomando el nombre del patrono y el del padre, Luis, sale la exótica combinación de José Luis. La imaginación para otras ocasiones.

-Años 40: Empieza el baile. Niñez divertida, en un enclave entre los barrios industriales Natahoyo y Santaolaya. Lugares (poco comunes para otros gijoneses que no sena los vecinos de la zona): Monte Coroña, Mar de Basa, playa del Tallerín, Cueva del Raposu. Allí, por delante, jugaron Aurelio Menéndez con sus amigos y allí, un poco por detrás, Pedro Sabando con los suyos. Siempre cerca de la mar, una constante en mi vida (mar... garide). Supongo que será verdad lo de la abuela sirena. Primera Comunión en La Colegiata del palacio del Marqués de San Esteban, hoy degradado, o ascendido, al de Conde de Revillagigedo. Escuela: Ganas y facilidad para aprender, sin problemas.

-Años 50: Adolescencia. Ingreso en la Escuela de Comercio a los 12 años. Tribunal presidido por una especie de gigante-ogro, sobrecogedor. Aprobado. En lugar de disfrutarlo, mi padre tiene una brillante idea: debo dedicar el verano a preparar y aprobar el primer curso. Así que con 12 años recién cumplidos comienzo en octubre el segundo curso de Peritaje Mercantil. Otra constante, los picos y valles de mis estudios.

Mi primera experiencia seria: En los primeros meses hago de todo en la fábrica de Moreda. Como meritorio de 15 años, me centro enseguida en el departamento de ventas, llamado «Pedidos». Explicación lógica: allí no se vende, los clientes piden y van a comprar, quieren cupos. En 1953 funciona el extraperlo también en el mundo del acero. Veranos de Monte La Reina, 57-58, divertidos. Algún mando opina que tengo espíritu militar, vaya. Alférez Provisional con el número 830 entre 3.500, tampoco es para presumir. Finalización de los estudios de Peritaje y Profesor Mercantil, éstos últimos no del todo, falta una asignatura y la reválida. Malísimas, buenísimas notas en alemán, primer contacto serio con este idioma. Llega el año 59. Plan de estabilización y serios problemas económicos que afectan al país. En la primavera comenzamos la Piscina de Santa Olaya, en terrenos ganados al mar. 15 «llocos»; entre ellos mi hermano y yo. En el verano, viaje a Alemania, carnet internacional del Estudiante que sirve para trabajar en Mannesmann como practicante. Volvería allí 14 años más tarde como director general de Boetticher y Navarro.

[Se suprime el prolijo repaso que, a continuación, el homenajeado hizo de su trayectoria empresarial fuera de Gijón]

Una última reflexión. Algo tendrá este Natahoyo, para que separados por muy pocos años, hayan nacido y vivido en él, en una especie de «conjunción astral»: Aurelio Menéndez (Ministro y premio Príncipe de Asturias), Pedro Sabando (subsecretario de Sanidad y gran profesional de la Medicina), Jaime Barrio (magistrado del Supremo), Silverio Cañada (gran editor y muy vinculado al mundo de la Cultura), Luis Figaredo (gran especialista en Derecho Marítimo), Manuel Martínez (catedrático del MEIT), Cuca Alonso y Corín Tellado. Además de los citados y otros que he omitido involuntariamente hacen de él un barrio diverso y singular. Podríamos decir que único. Termino con un recuerdo para los que se fueron y con mi admiración para los que siguen con nosotros. A todos, mi agradecimiento.

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La Carreña: un chigre de Gijón.

 


LA CARREÑA
c/Mariano Pola, 72 (Natahoyo) Gijón, Asturias
Teléfono: desconocido



La Carreña, es el típico sitio donde jamás entrarías por ti mismo, sin que previamente alguien te lo hubiera sugerido o aconsejado. Situado en una casa de principios de siglo (del XX) en aparente estado de ruina, es una de los pocos establecimientos que aún se mantienen en pie y no han sido derribados (aún) para edificar viviendas nuevas. Está ubicada en el barrio del Natahoyo, barrio obrero de Gijón donde se sitúan los Astilleros de Izar y Naval Gijón. Un barrio rico en anteriores décadas (cuando los astilleros estaban en su punto más álgido) y deprimido hasta hace poco tiempo, antes del boom del mercado inmobiliario de los últimos años.
Así pues, esta sidrería representa mejor que ninguna otra el típico "chigre" asturiano, donde las sillas aún son taburetes y el suelo está lleno de serrín para secar la humedad de la sidra derramada al escanciarse. Y no solo el sitio se mantiene como antaño, también sus costumbres (no admiten reservas) y el "chigrero" el jefe del local es el que pone las normas, e incluso me atrevería a decir, que es quien decide quien va primero a la hora de sentarte a la mesa. Pese a todo tanto si vives en Gijón como si estas de visita, merece la pena adentrarse en esta sidrería, sus mariscos y pescados, de los más frescos que encontrarás en la ciudad, su sidra, siempre excelente y sus precios (casi como antaño) hacen de ella un sitio único. Sus estupendos centollos del cantábrico, percebes y para tapear las gambas a la plancha, quisquilla y, en temporada, los oricios son una excusa más que perfecta para no dejar de visitar este "chigre".