ESOS ASTURIANOS POR EL MUNDO. UNA NIÑA DE LA GUERRA

16.10.2011 17:27

ESOS ASTURIANOS POR EL MUNDO. UNA NIÑA DE LA GUERRA

 
Los ojos vivos y vivarachos, en su menuda figura, fueron lo primero que vi cuando, con timidez, atravesó la puerta de mi despacho. Es posible que denotase el mismo temor ante el futuro que, casi setenta años antes, la enfrentase a una azarosa vida que comenzaba en una gris y perdida aldea de las cuencas mineras asturianas, Sama de Langreo, y hoy la mantenía, angustiada en su enfermedad, en una de las ciudades más luminosas del trópico americano, la abigarrada y colorida, por soleada, ciudad de Maracaibo. Sama de Langreo, lo oscuro y gris, Maracaibo, lo luminoso y dorado, la vejez de la vida, la vida de la vejez.

No pude despegar mis ojos de los suyos porque, a través de ellos, traslucía una vida hecha historia, una historia hecha a base de vida, porque eso es lo que vamos dejando a medida que escribimos nuestras historias personales, vamos dejando jirones de vida. Y siempre recuerdo a Emil Ciorán, en uno de sus famosos aforismos, cuando quiero escribir sobre la vida, bien sea propia o ajena:




“Si escribir sobre la vida fuese tan fácil como vivirla”



Su inquieta conversación fue desgranando una por una todas las aventuras y desventuras de su vida, una vida sencilla, y, por horas ensimismado, fui acompañándola en el relato de los capítulos que ella consideraba más relevantes de sus andaduras por la vida.



Elena Martínez Suárez

Pertenezco a esa generación que creció en unas familias cuyo discurso diario fueron los avatares de la guerra incivil española. En mi caso particular más marcado aún por la separación familiar en los dos bandos enfrentados, familia paterna de rancia ideología de derechas y familia materna de visceral y emotiva ideología de izquierdas. Y uno que crecía en el medio de ambos oyendo historias de uno y otro matiz, que me estremecen aún hoy cuando las recuerdo.

Recuerdo las historias de los registros de los milicianos a la Casona de los Vigil-Escalera en Pola de Siero, donde estaban escondidas 34 personas (un cura incluido) y que después de más de diez registros nunca fueron encontradas, pero las oleadas de terror invadían la casa con cada registro y se amplificaban con cada relato. Recuerdo las historias de los bombardeos del crucero “Almirante Cervera” a la Casa de los Busto en Gijón, donde cada bombazo y cada muerto iba grabando odios y rencores infinitos, o la extradición de la Francia de Vichy de un sobrino de mi abuela materna, Ramón Carrio Martínez, maestro de escuela en Cangas de Onís, para ser posteriormente salvajemente fusilado en la tenebrosa cárcel de Oviedo, por el solo hecho de ser un maestro de escuela de ideas socialistas, ¡ un rojo !

Crecimos todos con historias similares, pero, de todas ellas, siempre recuerdo con mucho interés la historia de pérdida y de abandono y desarraigo que representó la historia de los Niños de la Guerra. Precisamente fue Gijón, mi ciudad natal, uno de los puertos de salida de aquellos niños que fueron evacuados de España hacia la Unión Soviética para apartarlos de los horrores de la guerra. Paradójico que, para apartarlos de la primera guerra, la incivil española (1936-1939), pasaron después por la segunda, la Mundial (1939-1945) y la tercera, la Fría (1945-1962). Definitivamente fueron los “Niños de la guerra”.

Esta es la historia sencilla, historia olvidada, de uno de esos 3.000 niños que fueron sacados de los brazos de sus familias para emprender un viaje temporal, mientras durasen los conflictos bélicos, y que terminaron en otros conflictos bélicos y en otras evacuaciones posteriores. Los niños de la guerra siempre fueron niños y la mayor parte de ellos continuó de guerra en guerra, cada uno en su guerra particular, desarraigados, despreciados, y prácticamente ya siempre ajenos a la tierra que los vio nacer.

En aquellos lejanos años el pueblo se llamaba La Oscura (Asturias) y creo que el nombre cuadraba bien hasta por los años 57 o 58 en que yo lo recuerdo por mis muchas visitas, por ser mi abuelo Jefe de Estación del Ferrocarril de Langreo, del cual, La Oscura, era un apeadero. No sé si ya por esos años cambió su nombre a El Entrego. Muy cerca de allí, en aquel marco de grises y negros que era toda la cuenca minera, sobrevive el pueblo de Sama de Langreo. Sama era parte del complejo de pueblos y villorrios que crecieron al amparo de los pozos de extracción carbonífera de las cuencas mineras de Asturias. La cuenca del río Nalón es casi la cuenca carbonífera por excelencia de Asturias y, junto con la del Caudal y las minas abiertas de Changas del Narcea y el yacimiento de la Camocha en Gijón, forman el sistema carbonífero asturiano. La cuenca del Nalón es Langreo y Langreo es la mina y es el carbón en Asturias. Minas de vida terrible, minas de vida azarosa, como azarosa y dura es la vida del mar también, oficios ambos, mineros y marineros a quienes unen los temores a la bravura de la naturaleza. Esos miedos están expresados en una melancólica canción de mar y mina:




Dicen que va baxu'l mar
la mina de La Camocha.
La mina de La Camocha
dicen que va baxu'l mar
y que, a veces, los mineros
sienten les oles bramar.
Por esu nel tayu
se oyi esti cantar:
Probe del marineru
en su barcu veleru
frente a la tempestad.
Probe del marineru,
que muere siempre solu
en la inmensidad.
La mina de La Camocha
dicen que va baxu el mar
y que, a veces, los marineros
sienten el grisú explotar.
Por esu en la proa
se oyi esti cantar:
Probe de aquel mineru,
que trabaye en sin mieu
a la quiebra y el gas.
Probe de aquel mineru,
que muere siempre solu
en la oscuridad.

 


Sama de Langreo nutría de hombres, que no temían ni a la quiebra ni al gas, ni a los derrumbes ni al silencioso asesino gas grisú, uno de los pozos más profundos de la minería asturiana, el Pozo del Fondón, que presumía de ser el primero en vertical, perforado con sudor y vidas por tantos olvidados mineros asturianos. Otros nombres, otros pozos y otros hombres para la mina los aportaban Ciaño (con el Pozo San Luis y el María Luisa), Lada, Barros, La Felguera o Ciaño, pero el común de todos era el aporte de vidas para la mina. El tributo por arrancar las entrañas negras de la mina era la vida y la muerte de los mineros que mueren siempre solos en la oscuridad.

José Martínez Fanjul, un avezado posteador, oriundo de Tiñana, conocía bien las entrañas del Fondón, dos veces tapiado por derrumbes de la mina, de su habilidad dependía su vida y la de todos sus compañeros. Sobrevivió con esa fuerza de los que luchan todos los días con la naturaleza y se casó con una vecina de Lada, a la orilla del Nalón, Obdulia Suárez Valdés. De este matrimonio tuvieron tres hijos, una de ellos, Elena, es nuestra “Niña de la guerra”, ella es la menuda figura que, con ojos vivarachos, me mira con ojos inquietos por su futuro.




Castillete en la bocamina del pozo El Fondón, Sama de Langreo


Poco a poco va desgranando sus recuerdos más lejanos de aquella oscura y gris población que, en el año 1924, vio nacer a Elena. No era extraño que, en los turbulentos años que median entre esta fecha y las aciagas de Octubre de 1934, un minero del Fondón formase parte del SOMA (Sindicato de Obreros Mineros de Asturias). Al final de la primera década del siglo XX, se funda el SOMA y los anarquistas crean la CNT. Las ideas libertarias y revolucionarias habían calado en los mineros de las cuencas. Sus huelgas son de gran trascendencia y con largos periodos, y así lo fueron las de 1903, 1912, 1927 y la de 1932-33 de inspiración anarquista que se prolonga por diez meses. En la revolución del 34 Langreo jugó un papel muy importante ya que sus columnas obreras avanzaron y atacaron Oviedo. También en Langreo se instaló el Tercer Comité Revolucionario. Tierra de hombres revolucionarios y libertarios.

Esta revolución de Asturias, o de Octubre de 1934, se desarrolló entre el 5 el 19 de Octubre y puede considerarse equivalente a la comuna de Paris. En 1934 la República estaba aburguesada y era gobernada por una coalición de las derechas que estaba frustrando las expectativas de cambio social que se habían augurado con la caída de la monarquía. Los obreros asturianos forman los Comités de Alianza Obrera, donde se integran todas las organizaciones obreras. El 5 de octubre se desata la huelga general en todo el país, que fracasa ante las divisiones de las organizaciones políticas. Tan sólo en Asturias la Alianza aglutina a todas las organizaciones. El día 5 el periódico socialista revolucionario, financiado por el Sindicato Minero, sale con una sola consigna: "Cojones y Dinamita". Todos los puestos y cuartelillos, 98, de la Guardia Civil en las cuencas mineras son tomados en pocas horas. Mientras los obreros se dirigen a tomar Oviedo, en las cuencas comienzan diversos experimentos revolucionarios (comunismo libertario en las zonas de predominio anarcosindicalista, comunismo de guerra en las zonas socialistas y comunistas). Se forma un auténtico ejército rojo que vence a las tropas gubernamentales en los primeros enfrentamientos, pero que después la represión gubernamental sometería de modo salvaje: muertos indiscriminadamente, miles de presos y torturados, desaparecidos. Allí brilló “El Comandantín”. El gobierno envía a Asturias fuerzas de choque (moros y legionarios), a las órdenes de Franco, “El Comandantín”. Las fuerzas de la república consiguen avanzar con la poco cristiana manera de colocar a los prisioneros a la cabeza de las columnas. Sin embargo los mineros plantan una encarnizada resistencia: la falta de armas es suplida por los cartuchos de dinamita y el sentimiento revolucionario. El Tercer Comité Revolucionario, ante lo desesperado de la situación, negocia con el ejército, ofreciendo la rendición a cambio de que moros y legionarios no entren en las cuencas, pues ya eran conocidas las matanzas de civiles inocentes en los barrios de Oviedo. El pacto fue aceptado, pero no cumplido.





Afiche publicado en 1936 para recordar
los sucesos de Octubre 1934 en Asturias




Se considera a esta revolución asturiana como el comienzo de la guerra civil. La ruptura de la legalidad, aun fracasando en sus objetivos de tomar el poder en toda la nación, sirvió como punto de inflexión para que las divergencias y el sectarismo ideológico imperante, hasta entonces importante pero soportable, se volvieran irreconciliables y llevasen a la continuación de la política por otros medios, es decir, a la reanudación de la guerra incivil el 17 de julio de 1936. Aún se discuten, de lado y lado de las ideologías, las verdaderas causas de esta revolución asturiana y sus consecuencias en la guerra incivil.

Como quiera que sea, Elena lo único que entiende de lo que ocurre son los primeros disparos contra el Cuartel de la Guardia Civil en Sama de Langreo, donde los comienzos de la revolución fueron especialmente virulentos. A las órdenes del legendario Belarmino Tomás Álvarez (futuro Presidente del Consejo de Asturias y León) los revolucionarios atacan el cuartel de la Guardia Civil donde mueren 80 guardias entre Civiles y de Asalto, todo ellos al mando del teniente José Alonso Nart (después condecorado con la laureada de San Fernando). Hombres que salen de las entrañas de la tierra gritando libertad y revolución y disparos que buscan terminar con el sistema legal republicano son ruidos ajenos a la mente de una niña de 10 años. Solo quedan del recuerdo los gritos y los disparos, hoy ya solo son gritos sordos y disparos sin objetivo cierto, pero son los primeros recuerdos de una niñez que ya barruntan azarosos.

El padre de Elena es hecho preso, dice su mejor recuerdo que por leer Mundo Obrero, tal vez no supiese de sus verdaderas andanzas y fuese uno de los muchos milicianos que disparaban desde los tejados de las casas hacia la casa cuartel de la Guardia Civil o, simplemente, era un emotivo lector de Mundo Obrero y que imbuido por las ideas revolucionarias se apunta al Batallón 247, “Sangre de Octubre”, cuyo comandante, Damián Fernández, natural de Sama de Langreo, escapó al acabar la guerra a la Unión Soviética y allí se alistó en el Ejército Rojo. Su esposa, en Asturias, fue fusilada por el solo hecho de serlo.

El padre de Elena, alistado en este Batallón, es destinado a Caldas, en las cercanías de Oviedo, burguesa población con balneario de aguas termales. Ya había sucedido el 17 de Julio de 1936, en Gijón había fracasado el alzamiento insurreccional y permanecía la población fiel a la República, excepto el Cuartel del Simancas, que, tras un asedio de 32 días, cae el 21 de Agosto de 1936. Oviedo permanece con los alzados y al mando del General Monárquico Antonio Aranda Mata, aguantan un cerco que casi destruye la ciudad. En Caldas hay un contingente, uno de los varios que acosan la ciudad y allí esta destacado el padre de Elena. El asedio de Oviedo duró quince largos y desgarradores meses de bombardeos.

La guerra va avanzando y los “nacionales” están cercando Asturias, estamos en los finales meses del agónico año 1937, y ya ha sucedido el bombardeo de Guernica, (26 de abril de 1937,) mientras tanto, en Sama de Langreo, permanece Elena con sus dos hermanos y su madre, atentos a las noticias de Gijón y de Oviedo. Pero su padre, preocupado por la manutención y seguridad de sus hijos, ordena que se lleven a sus tres hijos a un centro de acogida en Gijón. Allí, en ese centro de acogida, Elena protagoniza una de sus primeras aventuras. Castigada por alguna inocente travesura de niña, no admite el castigo y se fuga, con sus infantiles trece años, retornando a Sama de Langreo como polizón en el tren de Langreo. Vaticinio de lo que serían sus posteriores viajes. Su padre la devolvió a Gijón, pero ya a cargo de unos camaradas que la acogieron hasta la salida hacia próximo destino, destino que marcaría su vida hasta el presente. Un carguero francés, tripulado por asiáticos, llevaría a Elena a ser una “Niña de la guerra”, uno de los niños de Rusia.

Estas expediciones oficiales contaron con el apoyo de distintas organizaciones políticas, sindicales y humanitarias y se concibieron con un carácter provisional. La mayoría de los países facilitaron la repatriación de los menores excepto la Unión Soviética y México con los que el régimen de Franco no mantenía relaciones diplomáticas. Durante la guerra fueron evacuados unos 30.000 niños. Se calcula que en junio de 1938 había en Francia unos 11.000 menores.


Niños de la Guerra en un centro de acogida


23 de Setiembre de 1937, Gijón aún tardaría en caer un mes más, por su puerto de El Musel, salió este carguero con rumbo hacia la Unión Soviética, con una escala en el francés puerto de Saint Nazaire. La primera de estas expediciones partió de Laredo (Cantabria) con 72 niños, el 21 de Marzo de 1937, la segunda partió de Santurce (Vizcaya), el 13 de Junio, con 1.495 niños. La tercera expedición que se organizaba de este tipo es la que salía de Gijón aquella mañana gris del 24 de Setiembre de 1937. 1.100 niños acompañaban a Elena en un viajé azaroso, perseguidos y acosados por el temible barco acorazado, el crucero “Almirante Cervera”, que impedía, incluso, que los niños pudiesen corretear por la cubierta del barco, confinados y hacinados como estaban en la bodega del carguero.

Elena, sorprendida, encuentra en el mismo barco a sus dos hermanos que la acompañarán en un largo viaje que la bruma del olvido no atina a cuantificar los días de miedo y angustia tras los cuales fueron desembarcados en Leningrado. Los franceses no los habían dejado bajar a tierra en Saint Nazaire, así que la primera tierra pisada era la de la “tierra prometida” de Rusia. Y así, a los inusuales acordes del pasodoble “Valencia”, fueron recibidos por un exultante y amistoso pueblo ruso que los acogió en “Casas infantiles para niños españoles”; un total de 16 casas acogieron a los casi 3000 niños. Algunas de estas casas fueron habilitadas de imponentes mansiones de la desaparecida clase nobiliaria de la antigua Rusia. En estas casas de acogida tuvieron unas condiciones de vida inimaginables en la España que habían dejado atrás. Comida en abundancia, higiene, asistencia médica, instrucción en música y deportes. Muchos de sus profesores fueron los mismos españoles que los acompañaron en el exilio.


Pero cuatro años después, en 1941, el ejército alemán invade Rusia y todos estos “Niños de la guerra” se ven sometidos a los avatares de una nueva confrontación bélica. En solo tres meses los alemanes estaban a las puertas de Moscú y de Leningrado, ciudades donde residían la mayor parte de los “Niños de la guerra”. Un nuevo éxodo emprenderían rumbo a las más seguras tierras de los Montes Urales, Siberia y el Asia Central, pero en medio de uno de los más crudos inviernos que se recuerden, aquel famoso vencedor de grandes ejércitos y mejores generales, “Padrecito Invierno”, con sus temperaturas extremas de -40 grados.

Elena recuerda estos primeros años como los más felices de su infancia, a pesar de que padeció, durante un tiempo, el asedio alemán a Lenningrado hasta que fue evacuada a la ciudad de Ufa, en la República Soviética de Bashkiria, cerca de los montes Urales, uno de los pueblos componentes de lo que conocemos como “Pueblos Tártaros”.

La niña, que ya no era, había comenzado desde el primer día de su llegada una intensa educación que combinaba la preparación técnica con la humanística, haciendo hincapié en la enseñanza de idiomas, ruso, francés y castellano para no olvidar su lengua materna.


Elena Martínez Suárez (x) en un encuentro político
con Dolores Ibárruri, “La Pasionaria”

La educación en Ufa se combinaba con el trabajo en un centro de oficios donde realizaban partes y piezas para el frente de guerra, pero sin descuidar sus estudios. Cuando en 1945 es evacuada a las cercanías de Moscú, a la localidad de Ismaiskaya, Elena trabaja en una fábrica textil. Por esos mismos tiempos es reeducada en una escuela política en torno a temas históricos y temas políticos.

Existen actualmente suficientes testimonios históricos para saber que los rusos consideraban a este colectivo de españoles “Niños de la guerra” como: “… un grupo cerrado e indisciplinado”. Los dirigentes españoles que acompañaron a estas comunidades procuraron ante las autoridades rusas becas, ropas, alimentos y medicamentos para estos niños, pero también es verdad que se oponían a cualquier retorno de alguno de ellos a la ya España franquista por si podían ser utilizados como propaganda del retorno a las bondades del régimen de Franco.


Elena Martínez Suárez, en un desfile del 1 de Mayo en Moscú

Elena se casa en 1949, en Moscú, con otro niño de la guerra, Horacio González González, de los que habían sido embarcados en Santurce en Junio de 1937. Su único hijo nace en Moscú y a partir de ahí comenzará un nuevo exilio de este matrimonio cuando, en 1957, deciden regresar a España acogiéndose a las facilidades que habían comenzado a darse desde 1948 para el retorno a España de niños exilados, de antiguos prisioneros o simplemente exilados políticos.

El regreso es casi como una anábasis, combinando trenes con barcos, al fin consiguen embarcarse en Odessa en un barco que, tras tediosa singladura, atraca en Castellón de la Plana. De ahí a Asturias, la Asturias profunda y deprimida de los años 50, al pueblo minero y de mineros de Ciaño donde una oscura y húmeda buhardilla, de las que ya ni imaginar podemos, alberga de acogida a una historia de vida que aún escribe capítulos de amarguras. El franquismo los consideró poco menos que delincuentes políticos y fueron sometidos en innumerables ocasiones a interrogatorios. En esos tiempos de retorno, no muy publicitado, se les conocía como los “Niños de Rusia”, y supuso un trauma la adaptación a la nueva tierra y a las nuevas condiciones de vida.

Los estertores de la guerra en Asturias, allá por 1937, habían visto caer preso al padre de Elena, en el pueblo de Sama, donde ella había nacido. Es juzgado y desterrado a tierras de Villablino, tierras mineras leonesas, donde la silicosis lo corroe y vuelve sílice sus bronquios. El largo destierro termina en 1956 y, junto con la silicosis, acaba también con su vida sin que Elena nunca pudiese volver a verlo cuando regresa a las cuencas mineras en 1957.

La Asturias de estos años, años de una larga y penosa posguerra, eran duros para todos, pero lo eran aún más para unas personas “políticamente sospechosas” por haber sido evacuadas de Rusia. No hay mucho trabajo en las cuencas mineras en los años 50 si no es en las minas, y menos aún para ellos. Sus títulos son difícilmente homologables en España y su especialidad en el idioma ruso no servía de nada.

Por estos mismos años se estaban produciendo las migraciones más importantes hacia Venezuela. Aprovechando la circunstancia de que el esposo de Elena tenía ya dos hermanos en Maracaibo, nuevamente esta familia del éxodo se monta en trenes y aborda barcos que los llevan a un nuevo destino con horizontes de esperanza y vida. Esta vez es la esperanzadora tierra de dineros de las Américas, otras tierras americanas, Venezuela, pero la misma América que venía acogiendo españoles desde mediados del siglo XIX.

Maracaibo recibe con facilidades de trabajo a la familia de Elena y Horacio. Elena como profesora de idiomas, de matemáticas y de ciencias en el afamado centro de enseñanza maracaibero, el Instituto Cervantes del eminente profesor Don José Barrull. Horacio, que era un cualificado técnico electrónico formado en Rusia, donde había trabajado para Radio Moscú, consigue trabajo en la General Electric.

Y ahí la vida transcurrió desde la Dictadura de Pérez Jiménez hasta los largos años de la democracia donde, por fin, la vida se volvió sosiego. Pero los azarosos años de la infancia y la juventud, años duros y angustiosos vuelven a presentarse en el ocaso de su vida. Elena ha cambiado sus infantiles años de la “Niña de la guerra” por sus achacosos años de “Abuela de la emigración”. Y a las penurias de aquellos primeros años debe acumular ahora las penurias de sus últimos años. Otros tiempos, otras situaciones, otros problemas, pero problemas de vida de nuevo, problemas de subsistencia, pero sin la esperanza de un futuro que jale por un jirón de vida.

Como otros españoles de la emigración la vejez la sorprendió con la constatación de que, mientras se es joven y se trabaja, se vive, pero que cuando se es viejo, los sistemas sociales venezolanos no han previsto una atención debida y adecuada de los mayores y los sistemas sociales españoles nunca habían tomado en cuenta a los españoles de la emigración. La sensibilidad y la justicia social de gobiernos socialistas españoles extendió el beneficio de las pensiones asistenciales, o no contributivas, a personas como Elena, con lo cual se remedió paliativamente la subsistencia de los mayores más necesitados. Una nueva legislación socialista va a mejorar las pensiones de los “Niños de la Guerra”, en atención a las situaciones generales de todos ellos, pero en especial de los que aún no han retornado o están en otras emigraciones, como Elena.

Pero con Elena, lo mismo que con tantos y tan desconocidos españoles de la emigración, tenemos pendiente de solución el problema que hoy aterra a la “Niña de la guerra”, a la “Abuela de la emigración”, su salud, su atención sanitaria. Y más que la falta de la medicina apropiada, o el tratamiento debido, es la sensación de abandono, la fragilidad, el temor de no poder atender sus necesidades básicas de salud. Tenemos una deuda social con los “Niños de la guerra” y tenemos una deuda social, más perentoria aún con la vida, de los “Abuelos de la emigración”.

Detrás de los ojillos vivos y vivarachos de Elena, cuando cruzó la puerta de mi despacho, estaba toda la preocupación de la persona atemorizada por la sensación de abandono, de pérdida, la misma mirada preocupada y preocupante de sus ojillos por encima de la borda de un carguero francés viendo alejarse las agrestes y batidas rocas del Cabo Peñas, del puerto del Musel de Gijón, una mañana fría y gris de una Asturias que, en Setiembre de 1937, prometía, para todos, tiempos de amarguras infinitas, tiempos que, aparentemente, aún no cesan.